A finales del siglo XX, científicos como Mario Molina, premio Nobel de Química, y políticos como Al Gore, premio Nobel de la Paz, advertían de la crisis que se avecinaba, producto de la contaminación, la actividad industrial y el deterioro de la capa de ozono. Un problema entrelazado con el uso de combustibles fósiles.
Por eso han tomado más fuerza las inversiones que apuestan por el litio, un alcalino que es parte angular de la revolución tecnológica del siglo XXI, y que ha hecho que países como China, Corea del Sur y Japón enfoquen sus ojos a Latinoamérica, que posee reservas de “oro blanco” que multiplican su valor año con año.
“El concepto detrás de las baterías de litio ya no se va a ir nunca, porque es el poder de almacenar energía y consumirla cuando deseas”, explicó Alejandro Fajer, CEO y director de operaciones de Quartux México, empresa mexicana especializada en diseñar y operar sistemas inteligentes de baterías de litio para el almacenamiento de electricidad para el sector industrial.
“Sin duda, México tiene potencial para convertirse en uno de los principales proveedores a nivel global de este recurso, pues contamos con los yacimientos más grandes del mundo y somos vecinos del mayor consumidor de baterías en el mundo: Estados Unidos”, señaló.
En su experiencia como empresario que ha podido generar ingresos utilizando el litio y software inteligente, Fajer agregó que el aprovechamiento de este recurso irá evolucionando con la tecnología. Prueba de ello es el gran interés que se ha generado alrededor del yacimiento de litio más grande del mundo en Sonora.
En opinión de Oscar Campo, especialista del Instituto Mexicano de Competitividad A.C., México mejora su potencial competitivo gracias a su cercanía a Estados Unidos, ya que ambos países están unidos por el T-MEC; para él, se podría llegar a competir con Argentina, Bolivia, Chile, Perú y Brasil, países que encabezan la extracción de litio en Latinoamérica.
Entre 2014 y 2018, el precio de este recurso se multiplicó en un 156%, pues el litio será todavía más necesario en los mercados en Norteamérica frente a las exigencias del T-MEC, sobre todo en la industria automotriz y su búsqueda por fabricar coches con 75% de sus partes producidas entre Canadá, Estados Unidos y México.