El mundo empresarial ha ido transformándose en respuesta a la globalización; a las crecientes tensiones geopolíticas y a la cada vez más creciente idea del regionalismo. En este contexto, las empresas han desarrollado distintas estrategias para reubicar sus operaciones, buscando maximizar eficiencia, reducir costos y mitigar riesgos. En el epicentro de estos cambios se encuentra el fenómeno del nearshoring, una tendencia que no solo redefine las dinámicas de producción, sino también la movilidad de la fuerza laboral.
En este contexto, las empresas han adoptado distintas estrategias de relocalización de sus operaciones, a las cuales se les ha dado la conotación de shorings, dependiendo la actividad y el lugar donde se implementen las mismas. Lo anterior, con el objetivo de optimizar costos, asegurar la cadena de suministro y mantener la competitividad. Estas decisiones han tenido un impacto directo en la movilidad laboral, especialmente en la era del nearshoring, donde países como México han emergido como protagonistas clave en esta nueva dinámica económica.
La historia del offshoring, que comenzó en la industria del petróleo y gas, en la cual se tenían operaciones de perforación llamadas “inland drilling” y “offshore drilling”, esta última hacía referencia a las operaciones de extracción realizadas en altamar. En las décadas de 1960 y 1970, este concepto se amplió para abarcar cualquier actividad industrial, comercial o empresarial que fuera trasladada a otro país, lo que termina por acuñar el termino offshore, el cual es sinónimo de externalización internacional, conllevando así la expansión de la economía global. Empresas pioneras, como General Electric, aprovecharon esta estrategia para reducir costos, subcontratando la fabricación de sus productos en países con mano de obra más económica.
Pero no todas las operaciones offshore son iguales. Con el tiempo, surgieron variantes para abordar los diferentes desafíos y oportunidades. El farshoring siguió la misma lógica del offshoring, pero con un giro: se centraba en la relocalización de operaciones en países bastante lejanos del país de origen, es decir, Estados Unidos, como China, Vietnam, Japón o Taiwán. La lejanía geográfica permitía una reducción significativa de costos, aunque a expensas de una mayor complejidad en la gestión de la cadena de suministro y tiempos de entrega.
Ahora bien, las decisiones corporativas al paso del tiempo ya no solo respondían a la necesidad de ahorrar, sino también a una combinación de factores que incluían proximidad, estabilidad y alianza estratégica, pero siempre tratando de mantener un costo de mano de obra económico y una producción estable e ininterrumpida.
Por ello y debido a las crecientes dificultades que presentaba el farshoring, se desarrolla un concepto con el cual hoy en día estamos muy familiarizados, este es el nearshoring. Es una forma más próxima de offshoring. Aquí, las empresas trasladaban sus operaciones no a regiones distantes, sino a países vecinos o cercanos, con la finalidad de mantener bajos los costos, pero también reducir los tiempos de transporte y minimizar los riesgos asociados a las diferencias horarias. México, con su proximidad a los Estados Unidos, ha sido uno de los mayores beneficiarios de esta estrategia, debido a sus ventajas en cuanto a tratados comerciales y disponibilidad de mano de obra calificada y aun económica. Esta variante del offshoring, busca replicar sus beneficios, pero eliminando algunas de sus desventajas. Aquí, las empresas comenzaron a trasladar sus operaciones a lugares no tan lejanos, sino más bien a países vecinos. México se ha convertido en uno de los principales beneficiarios de esta tendencia. El objetivo era claro: mantener los costos bajos y de calidad, pero con una mayor agilidad en la producción y distribución del producto terminado.
Al mismo tiempo, en medio de este reacomodo global, Estados Unidos empezó a repensar su dependencia de otros países, dando nacimiento al concepto de onshoring o también llamado reshoring, el cual plantea la repatriación de operaciones de manufactura. Empresas que alguna vez habían externalizado su producción a China, comenzaron a regresar a suelo estadounidense, ya sea por una pérdida de confianza y competitividad en dicho país o, en algunos casos, por políticas gubernamentales, las cuales consideraban ciertos sectores y productos como esenciales para la seguridad nacional, como es el caso de los chips y los semiconductores.
Pero este no fue el único cambio en la escena. Debido a una adaptación a las necesidades específicas de las empresas y sus entornos, surge el allyshoring, el cual comenzó a ganar fuerza, ya que las empresas empezaron por optar trasladar sus operaciones, no solo a países cercanos o económicos, sino a naciones consideradas aliadas geopolíticamente. Esto permitía no solo optimizar costos, sino también asegurar una estabilidad política y económica que otros destinos no podían garantizar.
Sin embargo, no todas las innovaciones fueron recibidas con entusiasmo. Durante la administración de Joe Biden, el término friendshoring irrumpió en el vocabulario económico, generando opiniones encontradas. Este concepto hacía referencia a la reubicación de operaciones en países considerados “amigos”, pero implícitamente sugería que otros países no eran vistos como tales. Esto generó preocupaciones sobre una posible desglobalización y el resurgimiento de bloques económicos regionales, alejando al mundo de la integración global que había caracterizado las décadas anteriores.
A medida que las empresas intentan equilibrar sus necesidades de producción con las realidades del mundo moderno, algunos han optado por soluciones aún más flexibles, como el omnishoring. Esta estrategia no se limita a un solo país o región, sino que busca distribuir la producción en varias ubicaciones según las necesidades del mercado. Las empresas empiezan fabricando pequeños lotes de productos en lugares cercanos a los principales mercados, y si la demanda crece, trasladan la producción a regiones más lejanas y económicas. Este enfoque permite una mayor adaptabilidad, al tiempo que se aprovechan las ventajas de diferentes geografías.
Dentro de este rompecabezas global con incidencias regionalistas emerge como una alternativa a la deslocalización internacional, pero dentro de las fronteras del propio país el inshoring, el cual es una estrategia económica interna de un mismo país. A diferencia del offshoring, aquí las empresas reubican sus operaciones en estados o regiones donde los costos son más bajos o los incentivos fiscales son mayores. Texas, por ejemplo, ha sido uno de los principales destinos de esta estrategia, atrayendo empresas de otros estados como California y Florida, gracias a sus políticas fiscales más amigables y su costo de vida relativamente más bajo.
Dentro de los “shorings” descritos con antelación, el nearshoring ha tenido un gran impacto en la fuerza laboral. Todos estos cambios en las estrategias de producción y reubicación han tenido una repercusión profunda en la movilidad de la fuerza laboral. En Estados Unidos, las renuncias masivas en 2021, las cuales alcanzaron un récord de 4.5 millones en noviembre de ese año, marcaron una transición en la mentalidad de los trabajadores, quienes abandonaron sus empleos en busca de una mayor autonomía o mejores oportunidades, así como para emprender por cuenta propia alguna aventura económica. Aunque esta tendencia se moderó ligeramente, en 2023, aun así, se registraron 3.39 millones de renuncias, manteniendo una tasa del 2.2%, lo cual demuestra que la fuerza laboral seguía en movimiento.
Ante la falta de trabajadores, Estados Unidos ha tomado medidas para atraer mano de obra extranjera. Para el año 2024, la administración Biden ha establecido un límite de admisión de refugiados de 125,000 personas, el más alto en varias décadas. Este esfuerzo busca no solo aliviar la crisis del desplazamiento global, sino también llenar las vacantes en sectores cruciales de la economía estadounidense.
Por su parte, México ha surgido como un destino para los refugiados, por lo que se ha experimentado un crecimiento en el número de solicitudes de refugio. Según la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), en 2022 se registraron 119,248 solicitudes, cifra que aumentó a 141,053 en 2023. A inicios de este año (2024), ya se habían contabilizado más de 8,400 solicitudes, siendo los hondureños, cubanos, haitianos, guatemaltecos y salvadoreños las principales nacionalidades solicitantes.
Por ello, la movilidad de la fuerza laboral en esta era del nearshoring refleja a un mundo en transformación, en el que las decisiones sobre dónde y cómo producir están profundamente conectadas con consideraciones económicas, políticas y sociales. La relocalización y reubicación de la producción, ya no es solo una cuestión de costo, sino también de estrategia laboral.
Autor: Francisco J. Peña-Valdés, secretario General Binacional de la AEM y presidente de la AEM del Capítulo de McAllen, TX
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