La carrera incómoda

Cd. Juárez/Chihuahua
Arantxa Sánchez .
Mayo 2022
Arantxa Sánchez, administradora de operaciones en la adquisición de talento de Johnson & Johnson para Latinoamérica
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Me he cuestionado por qué regularmente relacionamos el éxito con resultados tan temporales como una posición, trabajar para ciertas compañías o recibir un reconocimiento específico. No demerito estos logros, pero otras personas y yo nos hemos sentido en una carrera infinita de relevos con nosotras mismas, en la que si no nos movemos hacia enfrente o hacia arriba, estamos estancadas. 

Pensamos que si no hay un desgarre de ligamento del trabajo duro, aunque la carrera se vaya ganando, no hay dignidad o virtud suficiente. Si no cuesta, no se merece. Y si sentimos sed, hambre, cansancio o queremos contemplar algo fuera de la pista, más vale ignorarlo. Si la estafeta no la toma mi “yo” mejorado y aumentado, que se reinicie la carrera. Ah, y si el público no está vitoreando, la victoria no sabe bien.

¿Le suena familiar?

En una cultura del “perder para ganar”, ¿cómo se distingue la fina línea que separa el esfuerzo del sacrificio a costa de uno mismo? ¿Hasta qué punto la tan últimamente sonada “resiliencia” se convierte en un mecanismo de compromiso insano que se enmascara tras una habilidad?

Hace unos pocos años me invitaron a participar en un proyecto en la compañía donde laboro, en el que, sin esperarlo, descubrí lo que yo llamo la “cómoda incomodidad”.

Incomodidad, porque debía demostrar habilidades que no sabía si poseía tanto como creía, debía hablar inglés el 80% del tiempo, aprenderme procesos casi a la perfección y trabajar de la mano con personas de la organización que jamás pensé que iba a siquiera conocer. 

Tras mi mortificación por encontrarme en una situación adversa, vino la comodidad. Percibí de pronto que iba desentrañando pasiones profesionales desconocidas, descubrí con sorpresa nuevas habilidades, que mis clases de inglés funcionaron y que, siendo yo misma, podía conectar bien con personas diferentes.

Después, empecé a sentirme incómoda por estar cómoda. ¿Estaba siendo arrogante? No podía ser tan fácil. No era normal que me sintiera tan feliz. Quizá necesitaba sentirme más estresada para tomármelo “en serio”. Si mis entregables tenían una fecha límite, yo los tendría listos dos días antes, y cuando me sentía desgastada, pensaba que era un signo de que hacía lo suficiente. Las felicitaciones llegaban más frecuentemente, mientras mi felicidad disminuía. 

Tras una afortunada intervención de mi líder, me percaté que funcionaba en un constante sprint y debía balancear mi energía para acelerar sólo en aquello que era crítico; que las fechas límite tenía un racional; que estaba bien dar un extra, pero que las excepciones pueden sentar precedentes; y que a través de conversaciones significativas podemos encontrar la flexibilidad que nos permita mantener una velocidad más constante. 

Con esta anécdota quiero recordar que ser primeros no es siempre lo más importante. Hay términos que se han permeado como valores muy positivos y otros que pueden resultar trampas disfrazadas de ética laboral. Nos enseñaron que no crecemos si estamos en una zona de confort. Si bien coincido que el éxito no podría sostenerse en una eterna comodidad, estar confortable es también tener bienestar, y esto nunca será sinónimo de mediocridad. 

Si este concepto no cupiera en su vocabulario, practique entonces las “cómodas incomodidades”, aunque éstas no representen aumento de responsabilidades, nivel o salario. Sólo recuerde: una “cómoda incomodidad” debe sentirse como una bocanada de aire fresco en medio de la carrera y no como un puñetazo que sofoque. Sólo así, su próximo “yo” le alcanzará a tomar la estafeta.